giovedì 2 settembre 2010

Alberto Manguel II - Cuando la ficción sirve de defensa


Alberto Manguel reivindica en 'La ciudad de las palabras' el poder de la literatura como arma contra las mentiras de la manipulación comercial y política


Sobre la mesa de trabajo de Alberto Manguel hay una pulcra fila de cuadernitos idénticos, un centenar, tantos como cantos tiene la Divina comedia. Cada día entre las seis y las siete de la mañana el escritor argentino lee un canto y anota en una de esas libretas sus impresiones. Luego desayuna. "A Dante lo guardo para mí", explica. Es decir, no está preparando un ensayo sobre el poeta toscano. "¿Sabe lo que me sigue asombrando? Que ese libro haya salido de una sola cabeza".

También asombra que la vida de Alberto Manguel -que publica La ciudad de las palabras (RBA), una recopilación de cinco conferencias sobre el valor de la ficción como aviso contra las trampas de la identidad y las mentiras de la propaganda- sea la de una sola persona. Nació en Buenos Aires en 1948 pero se crió en Israel, donde su padre era diplomático. Aprendió alemán e inglés, la lengua en la que escribe, antes que español. Tras pasar la adolescencia en Argentina -donde ejerció como lector para un Borges ya ciego-, fue editor en Londres, París, Milán y Tahití. Hoy es ciudadano canadiense pero vive en Mondion, una aldea a una hora de Poitiers, en Francia. Allí, en un antiguo presbiterio pegado a una iglesia del siglo XII, instaló hace una década los 35.000 volúmenes de su biblioteca. Una historia de la lectura (Lumen) fue el título que consagró a Manguel, que estos días toma notas para el libreto de una ópera con música de Osvaldo Golijov que se estrenará en el Metropolitan de Nueva York en 2014. En su jardín, el escritor demuestra que vive apartado, pero no aislado. Y está de acuerdo en que este es su libro más político. "Beckett decía que, como extranjero en Francia, no tenía derecho a opinar sobre política. Yo tengo menos paciencia y aquí la injusticia es cotidiana: se puede quitar la nacionalidad a quien ha cometido un delito como castigo para los extranjeros. El Ministerio de Identidad Nacional y de Inmigración lo hubiese podido crear Goebbels". En su nuevo libro, Manguel rastrea la política que contiene toda literatura por aséptica que parezca. "No es inocente la elección de las historias que utilizamos para representarnos. En Argentina el poema nacional es Martín Fierro: la historia de un desertor que se opone a las leyes del Gobierno, alguien que se ve obligado a dejar a su familia y para quien la emoción más importante es la amistad. Allí no se cree en las leyes y los medios para conseguir cierta justicia personal están justificados. No podría ser la epopeya nacional suiza". Pero La ciudad de las palabras no está anclado en el pasado. Quiere medirse con los retos del presente. Para su autor, dos: el elogio de la facilidad y la negación de la inteligencia. "Vivimos en una época en la que valores como brevedad, superficialidad, rapidez y simpleza son absolutos. Nunca lo habían sido. Los valores que desarrollaron nuestra sociedad fueron los de la dificultad (para aprender a sobrellevar los problemas), la lentitud (para reflexionar y no actuar impulsivamente) y la profundidad (para saber adentrarse en un problema). Si se prescinde de esos valores se obtienen reacciones banales fácilmente manipulables". El peligro, según Manguel, alcanza al propio desarrollo humano. "Nos define como especie el poder de reflexionar y de imaginar. Estamos convirtiendo las escuelas en centros de adiestramiento. Han dejado de ser sitios en los que la imaginación se desarrolla gratuitamente, por ninguna otra razón que para desarrollarla, y exigimos que la educación rinda cuentas. La ministra francesa de Finanzas lo dejó claro: hay que pensar menos y trabajar más. Se trata de crear esclavos consumidores: nadie que piense dos minutos compra unos jeans rasgados por 300 euros". Lo peor, además, es que muchos han terminado por creerse su propia propaganda. "Se desprecia la inteligencia de la gente diciendo que es incapaz de enfrentarse a un libro complejo. El resultado es que en EE UU muchos autores literarios solo publican en sellos universitarios", dice Manguel. El ensayista alerta también contra cierta literatura reciente -apunta un nombre: David Foster Wallace- que echó los dientes con el pop art y que considera un valor lo que era tradicionalmente objeto de crítica: "Lo que sucede en literatura no está separado de la política o la economía. Seguimos el modelo del supermercado: objetos de consumo muchas veces inútiles y desechables. Es peligroso buscar valores ahí porque se eliminan los niveles de lectura de una verdadera obra de arte. Dicen: quedémonos en la superficie de las cosas, admiremos la elegancia de un uniforme militar". El autor de Una historia de la lectura asegura que es demasiado pronto para añadir un capítulo sobre el libro electrónico: "Cuando esa tecnología tenga su uso preciso y sus creadores, sí". Por lo demás, es consciente de que el trato con el libro de papel tiene mucho de costumbre, "como el que usa unas chanclas viejas porque son cómodas". Él no tiene lector de libros electrónicos, pero entiende que otros lo usen. "Me pregunto si pueden hacer con un libro electrónico lo mismo que yo con uno de papel". Para demostrar que no tiene problemas con el mundo contemporáneo, solo con algunos de sus apóstoles, Manguel adelanta una lista de escritores a los que se puede leer "con Stevenson o San Juan de la Cruz": Cees Nooteboom, Kadaré, Anne Carson y "buena parte" de la obra de Ian McEwan. No está mal si el listón lo pone Dante a las seis de la mañana.

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS - Mondion
EL PAÍS - Cultura - 01-09-2010


2 commenti:

  1. Quand la littérature s'écarte du roman sans renoncer au récit, elle jouit d'une distance nouvelle face au monde. Plus près des choses, elle se contente d'êtreun simple instrument d'enregistrement, comme un oeil mécanique au milieu de la vie

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  2. Si la verdad suele ser esquiva, si un caso que avergüenza a sus protagonistas resulta siempre difícil de resolver, descubrir lo que se ha querido olvidar parece casi imposible al cabo de treinta años, en un mundo en el que todo cambia excepto lo escrito hace siglos en el Libro de los Salmos: “Todos los hombres son mentirosos.” Sin embargo, cuando un periodista francés se empeñe en aclarar la inexplicable caída del genial escritor sudamericano Alberto Bevilacqua desde el balcón de la casa en que vivía, en el Madrid todavía oscuro de mediados de los setenta, los testimonios de quienes lo conocieron serán su única vía hacia la verdad. Las dudosas y diversas historias de su presunta amante española, de un escritor argentino que asegura haber sido su único confidente, del cubano que jura haber compartido celda durante la dictadura militar argentina y hasta de un delator ya muerto que sigue informando desde el más allá, se entrelazan en un tapiz fascinante del que el incrédulo lector no podrá apartar la mirada hasta la última página. Un asesinato que no es un asesinato, una muerte accidental pero también deliberada, una traición que es un acto de lealtad, un manuscrito apócrifo con demasiados autores supuestos, una mujer para la que nada es tan erótico como la fama literaria, un hombre recatado que se revela como un seductor, y uno infame que termina siendo casi heroico… Después de tres décadas de vivir en una sociedad que es un baile de máscaras, los personajes que narran aquí sus historias ni siquiera son capaces de distinguir sus verdaderas caras. Verdades disfrazadas de mentiras, invenciones que hacen eco a falsedades, ficciones con aire de crónica, confesiones y noticias fraguadas… Unas y otras esconden la verdad sobre el misterioso Bevilacqua, que cautivará a cuantos se acerquen a estas páginas pero que sólo quien sepa leer entre líneas será capaz de descubrir.

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